Heme aquí, en un minúsculo camarote compartido. Mi compañera de cuarto es Sasha, una rumana muy simpática que trabaja en la cocina, aunque revisando nuestra tabla de turnos, no voy a verla mucho este mes.
Después de una eterna semana de entrenamiento, hoy comienzo formalmente
como mucama. Lo sé, no es el trabajo más interesante que digamos, pero con lo
que ganaré aquí en dólares podré ayudar a mi madre y finalmente pagarme la
universidad que tanto deseo.
Entré a la primera cabina de mi zona y comencé
a hacer mis tareas rápidamente, parecía como si nadie hubiera pasado aquí la
noche. —¡Qué
suerte! — pensé —Voy a terminar
más temprano hoy.
Pero al entrar al baño, se borró esa risita de
mis labios. Estaba todo desordenado y lleno de cera de velas. Lo peor, había
daños en el espejo y ahora tendría que reportarlo con mi supervisor. Me acerqué para revisar qué le habían hecho y
noté que parecía derretirse, lo toqué con curiosidad y sentí un golpe de frío
congelante en mi cuerpo.
Me aterroricé mientras esa amalgama comenzaba a
cubrir mi cuerpo lleno de las cicatrices de mis viejos sueños. A lo lejos
escuché un murmullo que lentamente se convirtió en una diabólica carcajada de
una vocecilla trepidante.
—¿Pensaste que podías rechazar el don que te había regalado y no iba a pasar nada? — dijo iracunda la mujer a la que enfrenté en mis sueños. —Prepárate, me la vas a pagar.
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